"Antonio apenas era un niño cuando regresó a Madrid. Había nacido en la capital, pero la guerra civil hizo que su familia se trasladase a Castellón para regresar a su ciudad cuando contaba con ocho años de edad. Comenzó entonces una estrecha vinculación con el mundo del toro. Su cuñado Paco Parejo era el mayoral de la plaza de Las Ventas y allí solía ver a los matadores punteros de la década de los años 40 durante sus entrenamientos y en las tardes de triunfos. Admiraba especialmente a Manuel Rodríguez, 'Manolete'. Además en las tardes en el coso, aprendió a conocer el comportamiento del toro bravo, para él, el indiscutible protagonista de la fiesta.
Mientras pasaban los años, Antonio Chenel Albadalejo forjaba su destino a la sombra de Las Ventas. Aprendió en la dureza de las capeas hasta que en 1953 tomó la alternativa en Castellón, de manos de Julio Aparicio . Un doctorado que daba el pistoletazo de salida a una prolífica carrera en la que destacan los más de sesenta muletazos al toro blanco de Osborne en 1966, aunque hubo mucho más que esa tarde en su trayectoria. 'Antoñete' dejó huérfana a la afición en octubre de 2011, cuando falleció, pero su legado se extenderá mientras prosiga la historia del toreo.
Para conocer su manera de torear y acercarse a la figura del diestro basta con leer 'Antoñete, la tauromaquia de la movida' (Editorial Reino de Cordelia) un libro escrito por el periodista Javier Manzano (Madrid, 1962). La obra nació como una biografía. Uno de sus apéndices recopilaba la tauromaquia del maestro Chenel y ambos comenzaron a conversar para adelantar esa parte.
«La biografía nunca llegó a terminarse y cuando se ha cumplido ya el primer aniversario de su muerte, el mejor legado es su memoria y su toreo. Este libro es un manual de instrucciones del toreo de 'Antoñete', su manera de torear desde que comienza el paseíllo hasta que muere el toro: el capote, los quites, el tercio de varas, banderillas...», explica su autor.
Javier Manzano conocía y admiraba al maestro desde la década de los 80. Según recuerda el periodista y escritor, en esos años la afición estaba huérfana de torería y de tauromaquia de verdad y en una de las reapariciones de 'Antoñete' descubrió que casi todo lo que había estado viendo en una plaza de toros hasta el momento, no tenía nada que ver con lo que era la torería.
El autor se refiere a la etapa de su reaparición, tras su primera retirada en 1975. Volvió a vestir de luces en Madrid en 1981 sumando ese año 32 festejos y gozando de buenas actuaciones y triunfos hasta que anunció su nueva retirada cuatro años después, en 1985.
«Nos enseñó a ver el toro y ese fogonazo se produjo en los años de la movida. De ahí el título del libro», comenta Manzano. La obra está prologada por Jaime Urrutia, músico y compositor, vocalista de Gabinete Caligari, mítico grupo de los 80, y amigo del autor.
En la obra se narran sus inicios y lo que supuso para él haber sido criado en la plaza de toros de Las Ventas. En ella jugaba, vivía y se empapaba de tauromaquia y de torería. Entre los muros del coso aprendió a conocer y querer al toro y también a los toreros, a los que veía entrenar mientras se fijaba en su técnica, que fue asimilando como si fuese una escuela.
En esa etapa aprendió tres conceptos que serían básicos para él durante su carrera como matador de toros: distancia, colocación y cargar la suerte. Le daba muchísima importancia y eran palabras que aparecían con muchísima frecuencia en las conversaciones entre Javier Manzano y Antonio Chenel.
«Cuando 'Antoñete' reaparece enseña a la gente a ver el toro. Estábamos acostumbrados a ver un toreo mucho más encimista. El maestro Chenel le daba distancia al toro y eso te permitía verlo. Según su filosofía, la fiesta es una obra de teatro donde el toro es el libro, la obra que tienes que interpretar y el torero es el actor. La importancia recae en el toro y el torero debe adaptarse a él en función de sus características», asevera Javier Manzano que recuerda que por todo ello, según 'Antoñete', era fundamental darle distancia al morlaco para que el público pueda verlo y el torero logre lucirlo.
«Así el espectador tiene la certeza total y absoluta de que el personaje fundamental es el toro y que, en función de sus características, el torero tiene que desarrollar su faena. De ahí la importancia de la distancia y también de la colocación, porque nada tiene que ser forzado, sino natural», apostilla el autor que marca como tercera característica del toreo de 'Antoñete' cargar la suerte.
Javier Manzano relata en el libro cómo 'Antoñete' le comentaba su manera de ver una corrida de toros, fijándose siempre en el astado. Aunque la tendencia natural sea observar al torero. «Decía que era un ejercicio duro y complicado pero apasionante. Observar al animal desde que sale de toriles te va a ir marcando cómo va a ser su comportamiento y lo que el diestro podrá o no hacer con él durante la faena», matiza. Tras retirarse en Burgos en 2001, trabajó como comentarista en las retransmisiones taurinas de Canal Plus donde siguió impartiendo su magisterio.
Javier Manzano también repasó la trayectoria del diestro en las conversaciones que mantuvieron para que el libro viese la luz. Quizás en el recuerdo de los aficionados esté su etapa en los años 80, en la que el propio autor quedó eclipsado por su concepto del toreo, pero ya había triunfado con anterioridad. El año de su alternativa, 1953, salió por primera vez a hombros por la puerta grande de Las Ventas en su confirmación.
En el año 1966 cuajó una de las faenas más importantes de la historia del toreo con el 'toro blanco' de Osborne. «En su trayectoria hubo muchos altibajos, retiradas y reapariciones, que no son más que el reflejo de su manera de vivir», recuerda Manzano, que sostiene que aunque no tuvo la repercusión mediática de otros como 'El Cordobés' o Antonio Ordóñez sí que logró quedar en la memoria y la retina del aficionado.
Dentro y fuera de los ruedos
La torería es otro de los conceptos sin los que no se entiende la figura de 'Antoñete'. Un elemento presente en la vida del diestro desde que se levanta hasta que se acuesta, porque no es otra cosa que toda una forma de ser. Para el diestro madrileño fue fundamental, porque en las horas que pasó viendo entrenar a los matadores de toros en Las Ventas, también se impregnó de sus gestos, su comportamiento, manera de andar...
«'Antoñete' fue torero siempre, en todo momento, y a lo largo de toda su vida», sentencia Javier Manzano que resalta además que siempre fue querido y respetado en Madrid. No obstante nació en 1932 en la calle Goya y siempre fue comprendido en Las Ventas a pesar de la dureza de la afición, que cuando tuvo que pitarle, lo hizo. «Él siempre tuvo presente la responsabilidad que suponía torear en su ciudad, en su casa y con su gente», matiza el autor del libro que reconoce que con su muerte la afición taurina quedó huérfana.
No sólo por el fallecimiento de Antonio Chenel, sino también por la retirada de toreros que han sido importantes en la plaza de la capital del país como Curro Vázquez o Joselito.
El recuerdo del maestro Chenel estará siempre presente en los aficionados aunque siempre se podrá recordar en las páginas de este libros, contemplando las estampas siempre toreras del diestro o disfrutando de sus faenas míticas a través de vídeos. Así siempre vivirá entre quienes lo admiran".